Fe de ratas
En el fondo de la casa de la señora Gómez había un galponcito. Allí, toda clase de roedores se reunían por las noches a adorar a su dios. Con ochenta y siete primaveras sobre su espalda, la señora Gómez decidió un buen día morirse. Y se murió. Sus hijos vendieron la casa a un tal Alfredo De Nossia, quien demolió la casa y el galponcito, y puso un lavadero de coches.