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Crónicas desde Bidelandia II

EL GUARDAVIDAS Había caminado Bidegain, varias horas, por la playa en la que despertó ese mediodía luego del accidente. Tuvo mucho tiempo para meditar. Pensar. La quietud del océano, la calma del aire, y la ausencia de criaturas o entes inanimados que alteren el paisaje, le permitían mantenerse ensimismado en la búsqueda del ‘yo’. Hubiese dado una vuelta completa al planeta de no haber vislumbrado aquella garita que emergía de la arena, cerca del horizonte. De inmediato inició una alocada carrera que lo agotó en pocos metros. Los gases de la pesada atmósfera habían frustrado su explosión deportiva. Pero continuó caminando hasta que finalmente se encontró a pocos pasos de aquello que parecía un simple puesto de guardavidas. La emoción de Bidegain se incrementó cuando distinguió dentro del puesto, la figura de un sujeto. Al parecer, la perra Laica estaba equivocada cuando dijo que el planeta estaba deshabitado. Debajo de una marquesina que presentaba la palabra “GUARDAVIDAS” escrita en imprenta mayúscula, y a la sombra de un austero techo de paja, estaba de pie un extraño ser sin ojos. -¿Usted es el guardavidas? -consultó Bidegain. -¿No sabe leer? -dijo el sujeto señalando la marquesina. -Sí, pero… -¿Desea que le guarde su vida? -lo interrumpió la criatura invidente. -No. Gracias. No estoy de ánimo para nadar. -dijo Bidegain, que giró su cabeza un instante para contemplar las tranquilas aguas color naranja. -Yo no soy esa clase de guardavidas. -indicó el sujeto- No daría un solo paso si usted gritara pidiendo ayuda desde el océano. Pero si lo desea, puedo guardar un rato su vida. -¿Cómo es eso? -preguntó Bidegain asombrado. -Es fácil. -contestó el ser- Sólo tiene que llenar este formulario -prosiguió, mientras le acercaba a Bidegain, un bolígrafo y el formulario en cuestión. -Pero… No entiendo. -dijo Bidegain, que ahora sí estaba completamente descolocado- ¿Para qué cuernos le voy a dejar mi vida un rato? -Para experimentar la muerte. -dijo la criatura- Millones de turistas al año vienen desde diversos puntos del universo a experimentarla. -completó en tono institucional e insistió- ¿Le guardo su vida un rato? -Bueno. Puede ser interesante -balbuceó Bidegain- ¿Es gratuito, no? -Sí. -dijo el ser- Pero no pierda la copia del formulario porque después es muy complicado poder devolverle su vida, y eso sí tiene un costo administrativo. Todavía tengo algunos clientes distraídos esperando por su vida. -Bien. -dijo Bidegain. -Y tenga cuidado. -continuó el sujeto- Mire que hay muchos pillos insatisfechos por ahí que vienen buscando cambiar de vida, y si encuentran su papelito se llevan su vida. Y si les gustó, no la ve más. -Ok. Tendré cuidado -dijo Bidegain, que comenzó a llenar la hoja con sus datos. Ni bien puso su firma en el papel comenzó a experimentar.

NADA

-¡Basta! -gritó Bidegain- Esto no es lo que vine a buscar. ¡Quiero salir! Inmediatamente, Bidegain estaba otra vez en la playa frente al guardavidas, y aún con la copia del formulario en la mano. -¿No le gustó? -dijo el guardavidas. -No. -dijo Bidegain- Muy buena su atención, pero esto de la muerte no me cerró mucho. -Es lógico -dijo el guardavidas- ¿Puedo ofrecerle algo más? -Sí. -dijo Bidegain- Hoy desperté en este planeta y perdí el vehículo en el que vine. Es un Fiat seiscientos alado. ¿No lo vio usted por acá? El guardavidas no contestó. Bidegain, que no sabía cómo recuperarse de su torpeza, insistió: -¿Sabe dónde puedo preguntar? -Caminé hacia allá -dijo el guardavidas señalando la dirección contraria al océano- y va a encontrar a los psicópatas ambulantes. Ellos capaz que saben algo. -Bueno, muchas gracias. -dijo Bidegain emprendiendo la caminata- Hasta luego. El guardavidas se mantuvo en silencio e hizo una breve reverencia con su cabeza para saludarlo. Bidegain se fue. Caminando delante de su sombra. Buscando su “seiscientos” y su ‘yo’.

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