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Crónicas desde Bidelandia I

BIDEGAINIZACIÓN Iba Bidegain en su Fiat seiscientos alado esquivando asteroides entre los planetas Marte y Júpiter. Buscaba un lugar donde parar y quizás, si le gustaba, se quedaría allí a vivir. Para hacer canciones y para congelar el mundo (el real y el fantástico, que muchas veces suelen ser el mismo) en palabras o en píxeles. El haz de luz de cada uno de los faros de la nave impactó contra un cuerpo. Un cuerpo que no era celeste. Era marrón y blanco. Marrón, blanco y peludo. Era la perra Laica que recorría el universo vendiendo biblias. Bidegain detuvo su vehículo junto a ella y, luego de bajar la ventanilla con algo de esfuerzo,[1] le dijo -Disculpá ¿Conocés algún hotel por acá donde pasar la noche? -No -contestó Laica sin emitir sonido ni mover siquiera sus fauces- no hay hoteles por acá. Pero sé de un planeta deshabitado donde podés parar. -¿Dónde queda? -preguntó Bidegain. -Afuera de la galaxia. -contestó la perra[2]- Seguí derecho por acá. En un momento vas a empezar a ver una supernova a lo lejos. Vos seguí. Cuando la tengas justo arriba, doblá para abajo y vas a ver el planeta. -Uh, bueno. ¡Gracias! -dijo sonriente Bidegain y agregó- ¿Cómo se llama el planeta? -No tiene nombre -contestó Laica. Recién en ese momento, Bidegain recaló en el hecho de que Laica no emitía sonidos a pesar de que se estuviese comunicando con él, y le preguntó, -¿Cómo puede ser que te escuche si vos ni movés la boca, perrita[3]? Colocando en su rostro un soberbio gesto atribuible a James Bond, Laica reveló, -Es el pensamiento. Te hablo con el pensamiento. Yo no tengo voz. -¡Qué casualidad! Yo tampoco tengo “Yo”, -dijo asombrado Bidegain y puso en marcha “el seiscientos”. El planeta azul se veía cada vez más grande y la inmensa supernova ya entraba completa en el espejo retrovisor que sostenía una pequeñísima bola de espejos. No fue fácil atravesar el campo magnético y la pesada atmósfera del planeta innominado. Incluso algunos rayos cósmicos alcanzaron el cerebro de Bidegain, provocándole severos daños irreversibles. Despertó en una playa, a orillas de un océano naranja. Le costó reaccionar y en principio no tenía idea de dónde se encontraba. Fue entonces cuando miró hacia el cielo violáceo e inmediatamente supo que había llegado a BIDELANDIA. [1] Es necesario aclarar que, fuera de la atmósfera terrestre, las bajas temperaturas congelaban las partes mecánicas del Fiat seiscientos. Lógicamente, eso dificultaba la tarea de accionar los diferentes mecanismos. Se desconocen las características del motor de la nave y la existencia de algún tipo de sistema protector que este tuviera para evitar los perjuicios causados por las condiciones climatológicas adversas que mencionamos. [2] No sea desubicado. ¿Cómo vamos a referirnos a ella si no? [3] Estamos seguros de que Bidegain lo dijo con doble sentido.

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